sábado, 8 de enero de 2011

“Love”.


                                                                                Tema: Blusa Blanca. 

Primer Lugar.



Fingiré dormir un rato, haber si decide irse. Huele mucho a vainilla, y siento un sopor que se eleva, danzando sobre mis mejillas y derribando mis pupilas, pero estoy más despierto que nada, por ello haré como si estuviera dormido, tal vez se enfade y se valla.
No es que me crea ese tipo de cosas, aunque este frente a mi, tengo mis razones para intentar encontrar alguna explicación lógica.
La tarde de hace dos meses, quince días, con quince horas, catorce minutos, tuve un sueño increíble, pasajero y curioso, capaz de montar las ideas de una esperanza, un ensueño, y algo de algarabía. Debí despertar media hora antes, a causa de ello, me encontré en un lugar que desconocía, y con el tiempo retrazado para volver a casa.
Perdí la paciencia sentado en la banqueta, empecé a caminar, y me detuve en una tortería, a razones de un hambre que devoraba mis propias tripas.
Sentado y esperando una torta de bistec, ordenada para llevar, pude ver al camión irse lento. Me resigne a esperar otra media hora el autobús y sus llegadas tardadas.
Ella apareció, me sirvió mi orden, con la diferencia de que era para comer ahí. Pase rato intentando devorar el chicle, que llaman torta, mientras ella posaba sus ojos en mí, en un juego de mirar las nubes, los carros, las rayas sin forma pintadas sobre los muros.
- Me llamo Wendy.
Contesto cuando un sujeto le pregunto su nombre, y yo con la misma torta de hace una hora, más chicle que antes y siendo perseguida por las moscas; ella lo dijo, y reía de los chistes, pero no dejaba de verme a mí, ni yo de verla a ella. Desde entonces gastaría más en tortas que en otra cosa.
Se llama Wendy, siempre la veo en el mismo establecimiento, sirviendo tortas hasta las mesas, y cobrando, usa un mandil rojo, y una blusa blanca con el sello de la tortería, y un pantalón negro, y la misma sonrisa calida, y las mismas expresiones que me estoy aprendiendo, en cada detalle fino. Lo digo para mí, sin darme cuenta que ella lo escucha.
- Tú no me haz dicho cómo te llamas.
Y en ese momento no me acuerdo.
Después la vuelvo a ver a la salida de la universidad, luego en el supermercado, luego en el cine, luego en un camión y en todas partes se me traba la lengua, y ella me saluda con una sonrisa.
Hace dos semanas, en un parque en el que estuve obligado a pasar por razones de la casualidad, la encuentro.
- ¡Hey! Tú eres el que no tiene nombre.
- Y tú eres Wendy.
- La del mismo establecimiento, sirviendo tortas… no recuerdo lo que sigue.
Nota que me altero.
- Que casualidad verte aquí.
- La casualidad no existe…- Se acerca – Soy tu angelito de la guarda – Me dice al oído, y saboreo su aliento tan cercano.

Comienzo a hablarle, venzo el terrible problema de mi boca trabada y mis ansías que obligan el sudor de mis manos…
Ella es Wendy, a secas, en silencio, tranquila, sin mucha historia, se viste de blanco, y su blusa favorita es esa, la que tiene el lema de “Love”, en fondo amarillo, y delineado de azul claro, sobre la tela blanca que parece tan suave… Serena, recibe a todos con una sonrisa, te acepta las conversaciones, siempre y cuando no incluyan groserías…
- Nunca me han gustado. – Dice al escuchar que hablo solo en un intento de voz baja, que se escapa de mi pensamiento.

Hoy encontraría la vergüenza y la derrota.
Corría detrás de mí. Encuentro un camino que no llevaba a ninguna parte, quedo de frente, a su cara de loco, su hambre en un rugir de tripas, que podía escuchar desde la distancia; lleva un desarmador en la mano izquierda, y abre y cierra los ojos, parpadeos de maniaco, del desespero que le carcome las ansías. >>Suelta la cartera puto<<
Me hundo en el miedo, me toma la espalda y me deja morir lento en la inmovilidad de mis extremidades, y escucho una voz que muy tarde noto que es mía.
- Chinga tu madre.
Y siento los golpes, y pido a Dios que no me mate, que no use el desarmador, y siento el torbellino, y el suelo cubierto de piedras y mis heridas abiertas…
- ¡Hey!
Y se lleva mi cartera, y desaparece corriendo entre las paredes pintadas de líneas retorcidas y violencia marcada.
Ahora permanezco sentado en el borde de la mesa, pensando en una mentira que no creí que lo sería, y la tarde cayendo afuera, y ella muy cerca, y padeciendo un sueño que no termina de hacerse realidad sobre mis ojos, y la necesidad de fingirme dormido.
- Te pudo matar.
Y finjo dormir, mientras escucho el murmullo de la Cienaga comercial, siento el rojo sobre mi espalda, y la hinchazón de la mandíbula.
- Podría ser invisible.
Decido hablar y cometo un posible error; me reincorporo, la miro con su blusita blanca y el letrero que dice “Love”, veo su rostro de mujer, del ensueño, de la palidez y la tranquilidad.
Es Wendy, a secas, apacible, con aura de tranquilidad, brilla al sol, y no sale de noche, su consejo, y una mano que sana, que abre la llaga para lavar de lagrimas y permitir que la herida cierre, donde no se palpa con las manos, si no con pupilas de alma y razones de un supuesto corazón…
- Tiene puesta la llama de un cariño natural, y la sencillez humana, conciente, apacigua…
- Y bla, bla, bla… Dijiste que podías ser invisible.
- No es un privilegio.
- Puedes.
- Si. – Contesta con un rostro de dolor.
- Hazlo.
Y se desvanece en la penumbra de una noche que nace a fuera del centro comercial, y en el murmullo del mundo caminando, y en la luz artificial sobre mi cabeza que simulara es muy temprano, y en el rocío de mis parpados, y en mi espalda enrojecida…
Entonces me levanto, y juro por la eternidad de su vida de ángel, no volveré a tocar una torta en lo que me queda de vida…


                                                                                  Saúl Bautista.

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