domingo, 12 de junio de 2011

Esa noche en que entendí.

                                                                                           Saúl Bautista.


Mira caer la noche, esta tensa, aún de negro vivo, serpiente enredando su cuerpo cariñoso, en una arrabal de estrellas soñolientas.
Ha bajado al primer piso, con la tierna idea de los inviernos descubiertos, algo de otoño aun se dibuja en su mirada, y el tiempo, es la herramienta de la muerte.
Se ha quedado frente al televisor, sin ver nada, solamente le acompaña la triste frazada que acaba de descubrir que ya tiene diez años de edad, y aun se conserva a su lado…
En la repisa, ha removido todos aquellos retratos, que le hablen de recuerdos, porque prefiere no recordar, esto quizás le ayude con los problemas que la edad, han empezado a ocasionarle, quizás sin ver una cola tan larga, pueda creer que nació ayer… Sin embargo, esa noche ha decidido romper el pacto, ha ido a una tienda de veinticuatro horas y comprado un bote grande de helado, y lo que esa triste, ha descubierto, lo ha colocado sobre la repisa, para terminar de aceptar, que tiene los años bien cumplidos sobre su espalda…
Y le vienen a la memoria, tantas y tantas ideas de la escuela, los aires matutinos, las carreras, el momento en que entendió que sus padres envejecían, y se dibujaban sobre sus figuras, esa edad, que a ella, ya le sorprendía, y le daba el toque de sus padres sobre su cuerpo, y se tintura de mamá, de papá, de los hilos de la estirpe, y su desencajado ser…
Aún en el silencio, prende la televisión una vez más, después de haberla apagado, y mira los infomerciales, que ofrecen la belleza eterna, los elipsis de la juventud. Y allí están, ese y esa, los de siempre, tan admirados, tan ciertos, que en sus años primaverales prendía el televisor para mirarlos ser rebeldes sin causa, en una serie de imágenes tiernas, donde el amor ganaba… Ahora los ve promocionando energía sexual, y levantadores de busto… Hay un suspiro tierno… y de repente, el himno nacional, y lo deja ir… es que esa misma noche, ha descubierto que nunca tuvo patria, y que nunca tuvo idea, de donde es: estar realmente en un lugar…
He aquí que la noche se acaba, y han dado las cinco de la mañana, con su difuso pensar, y los pajarillos trovadores, comienzan a sonar la serenata y las mañanitas a un Dios desconocido; y les toma cómo si le pertenecieran, y por primera vez en su vida, ha decidido creer que la vida puede no existir, en esto piensa mientras oye los leves y  los grandes pasos de la vieja ciudad cansada y acelerada de siempre… Ahora la entiende, es que también ha llegado a su letanía, y cree, y tiene la certeza de que morirá… Y vela por un platillo de la época, los olores gustoso de la comida de siempre, y los colores de una bandera que nunca fue suya, hasta que se le antojo cagarse encima de ella, y hacer las pases creyendo que algún día lograran algo en conjunto, y alzar la vista al cielo y ver los miles de pajarillo trovadores de serenatas difusas y escandalosas de las cinco de la tarde, y morir a gusto en el pasto, siendo quien es, aceptando el soy, cómo esa razón que sólo puede comprender con pensamientos abstractos, el famoso mundo de las ideas, intangible, pero puede ser cierto, real… y hasta entonces sintió la necesidad de olvidarse de todo lo aprendido, no para aprender, si no para entender que de nada servía… Y esa nueva noche, en que ha guardado todo, y los póster de aquellas estrellas, que descubrió en un puesto de tianguis, los compro sólo para dar por olvidada la juventud de manera formal, y ha puesto sabanas sobre los muebles, y ha comprado más helado que nunca, y con un cono colorido, se ha sentado ha esperar la muerte…

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